
Pues bien, la situación del hombre en este
mundo es en todo semejante. Venimos a la vida sin que se nos explique
plenamente qué es el lugar en donde estamos.

Como no nacemos en estado adulto
sino que en la vida se nos va formando la conciencia, al mismo tiempo nos vamos
acostumbrando a las cosas, y terminamos por verlas como lo más natural, y sin
necesidad de explicación. A los primeros e insistentes porqués de
nuestra niñez responden nuestros padres como pueden, y aceptamos una visión del
Universo que, en la mayor parte de los casos, será definitiva e inconmovible.


Sin embargo, si llegáramos al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería
semejante a la de un hombre que, perdido el conocimiento, amaneció en un lugar
desconocido. O también, si este mundo que nos parece tan natural y normal fuera
de un modo absolutamente distinto, nos habituaríamos a él, con no mayor
dificultad.
Llegado la inteligencia al estado adulto suele, en algún momento al menos,
colocarse en el punto de vista del no habituado, de una perplejidad profundo
frente al mundo y a sí mismo. En este instante está haciendo filosofía.” (Extracto
de “Historia sencilla de la filosofía”, Rafael Gambra).
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